Había escuchado que estudiar y trabajar era difícil, pero nunca creí que fuese tan extenuante... Era un sábado largo, el calor era sofocante y yo cansadísimo, había madrugado a las 4 de la mañana a clase de investigación periodística y en mi estómago solo habitaba un pastel de pollo en descomposición y una avena que por cierto no estaba muy buena.
El día anterior me había acostado a la 1 de la mañana, haciendo un
trabajo para esa clase (porque como buen paisa había dejado para lo último las
cosas y la irresponsabilidad siempre tiene consecuencias). Salí de la
universidad a las 12 y al llegar a mi casa caí en mi cama como trocitos de
chocolate en un helado, todo encajaba, nada sobraba, nada faltaba. Morfeo
rápidamente me llevo a los sueños más extraños y reconfortantes.
Descansar todo el día, no salir a rumbear, solo dormir, ese era mi
plan, pero mientras mi sana mente pensaba eso, un personaje oscuro: mi papá,
tenía otros planes maléficos y extenuantes, pensados para su beneficio.
Mi memoria había olvidado a propósito y porque le convenía, un
compromiso que tenía con él, acompañarlo a tomar fotos a una
quinceañera, mientras él filmaba el video.
Como a las 6 de la tarde mi teléfono sonó, era él diciéndome en
donde eran los quinces y a qué horas nos encontrábamos allá: “si hijo vengase
en metro hasta Itagüí que yo lo recojo ahí en la estación” ¡carajo! eso fue un
golpe bajo para mí que vivo en bello.
Llegamos a “Los quinces”, palabra compuesta que resume el supuesto
paso de niña a mujer. Yo siempre he sido amante de esos eventos porque
siempre hay, tías bonitas y solteras, la quinceañera hermosa, la hermana de la
quinceañera, las primas, trago gratis, comida y se disfruta porque también hay,
espectáculos de baile y algunas veces peleas o riñas. Mejor dicho eso parece
una novela mejicana de esas en las que no falta el llanto. Así yo disfrutara
tanto este tipo de eventos aquel día no quería nada, yo solo quería dormir,
dormir y dormir un poco más, pero claro cuando uno no quiere caldo siempre le
dan dos tazas.
Ya era de noche y en la fiesta la hermana de la quinceañera, se empeñó
durante el tiempo en coquetearme
tratando de sacarme a bailar y dándome “guarito” cada que podía, una rubia alta
y bien protuberante de más o menos 18 años, muy atractiva podría decir. No
perdía oportunidad de desconcéntrame cada vez que podía con el escote, lo que
produjo en varias ocasiones que casi me perdiera el capturar y
fotografiar el momento del brindis, la apagada de las velas en el
quinceañero y otros varios que gracias a mi profesionalismo logré superar.
El tiempo pasó entre “hijo el diafragma en 5.6” y las coquetas
acciones de la hermana de la quinceañera y las frases coquetas de la mamá
de la quinceañera a mi padre, logramos sacar casi todas las fotos y el video,
aunque faltaba según ellas lo más importante: los Mariachis.
Para mí no era muy excitante esperar a fotografiar un montón de
tipos gordos con trajes apretados, pero aun así tuve que hacerlo. Se demoraron
como 3 horas en las que mis irritados y cansados ojos suplicaban cama
y almohada. Pero al fin llegaron como las 3 de la mañana. Cantaron,
tomamos esas fotos finales y empacamos. Cuando la hora de irnos había
llegado, la mamá de la quinceañera junto con la hermana no dudaron en
decirnos que nos quedáramos a terminar de disfrutar la fiesta y aunque la
invitación me agradaba, ya me había trasnochado, bebido y no había disfrutado
entonces pensé “¿claro por qué no? terminemos bien y disfrutemos la fiesta”,
pero eché una mirada al terrero y….fiesta, cuál fiesta ya no habían sino
borrachos, uno que otro familiar por ahí sentado y aburrido, y un tipo que se
veía medio traqueto y que nos miraba feo desde que llegamos.
Así rechazando la invitación nos fuimos de allí con el número de
la hermana en mi celular, las cámaras en el maletín, y una sensación de
tranquilidad por haber terminado de tomar esas fotos. Llegué a mi hogar, pude
acostarme en la cama, apoyarme en la almohada y por fin descansar tranquilo
hasta la mañana.
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