lunes, 21 de octubre de 2013

El mortal síndrome de la felicidad



Y allí estaba él, inmerso en pensamientos mientras que sus piernas al igual que sus sentidos lo llevaban casi cargado hacia su destino. El crujir de las hojas bajo sus pies tostadas por el sol lo complacía y sentía una extraña pero deliciosa sensación de placer, de bienestar, de tranquilidad. El cielo era tan azul como el vestido que se ponía su difunta madre cuando había una ocasión especial y que usó la última vez que la vio sonreír.

Cuando logró pensar y activar su mente apartándola de los sentidos, vio que por primera  vez disfrutaba más del viaje que la llegada. Disfrutaba por fin el verdadero sentido de la vida.
Pero por qué se complacía justo ahora que tenía que enfrentarse al cruento destino. Por qué caminaba y no como solía hacer siempre andaba en su auto último modelo. Recordó por qué sonreía solo, recordó por qué volvió a su mente el grato recuerdo de su madre.

Habían pasado solo diez minutos desde que el doctor le había dado el diagnóstico más importante de su vida, un diagnóstico que lo marcaría para siempre: sufría de felicidad. No le dijo cuánto tiempo la tendría, ni cuáles serían los síntomas, tan solo le advirtió que cuando uno alcanzaba la máxima felicidad podría ser algo fatal, podría incluso causarle la muerte.

Después de este corto lapso de memoria se dijo a sí mismo que debía hacer algo para no morir, debía hacer todo lo posible por volver a ser infeliz. Entonces empezó a patear todo lo que había a su paso pero un bote de basura y un semáforo no fueron suficientes para lograr ese malestar, además que le dejó un poco adolorido el pie lo que le causaba gracia y por ende le daba más felicidad.  

Decidido a hacer algo más fuerte pateó un stand de tomates que había en la calle, esperando que los insultos y desprecio de la gente que había a su alrededor fuera el suficiente para volver a ser infeliz. Pateó y pisoteó algunos como si fueran cucarachas, pero entre más lo hacía y deseaba que lo insultaran, la gente le tenía más comprensión y compasión, al punto de ayudarlo a recoger los tomates e incluso y para colmo, el dueño del stand al que a propósito le había arrojado uno en la cara, le regaló un saco lleno de verduras para que su esposa le hiciera una agradable cena.

En ese momento, notó que no había salida, pensó que iba a morir y que no habría nadie que lo pudiera ayudar, porque como ya lo sospechaba, la felicidad era contagiosa y nadie a su lado podría enojarse con él.

La felicidad incrementó al sonar su celular, era su hermosa esposa, una rubia alta, de ojos azules y de una figura hermosa, cariñosa y la más dedicada mujer a su marido que haya existido. Luego de una breve conversación le preguntó si volvía temprano a casa y pensó que podría sorprenderla, entonces le respondió que no y luego de un te amo que lo hizo suspirar y recordar su dulce aroma colgaron.

Por más que le dolía y su mente lo torturaba vio que la solución estaba en ir a su casa temprano y hacer enojar a su esposa, seguramente ella entendería que para que su amado sobreviviera ella tendría que aguantar un tiempo de maltratos, discusiones e insultos que incluso ella misma tenía que responderle.

Llegó y habían pasado ya cuarenta minutos desde el diagnóstico, preocupado y con una leve sensación de malestar, que le habría ganado tal vez dos minutos más de vida, entró sigilosamente a su casa, pues sabía que ella odiaba que la asustaran. Al entrar vio que había ropa regada por la casa, y una canción sonaba tenuemente, era una melodía dulce y producía mucha tranquilidad. Lentamente revisó la cocina sin encontrarla, luego la sala y el baño sin ninguna señal de vida, entonces decidió abrir la puerta de su habitación y con un grito hacerla levantar del posible dulce y cálido sueño en el que se encontraba.

Pero oh gran sorpresa al ajustar un poco la puerta para cerciorarse que estuviera allí la vio montada sobre otro hombre haciéndole el amor con tal vez más pasión que con la que se lo hacía a él. Ella estaba vestida con cuero negro y ceñido al cuerpo y con un látigo lo golpeaba fuertemente mientras le decía que gritara que era un hipopótamo.

La imagen más que perturbadora le pareció tierna y pensó en que hace ya mucho tiempo la dejaba sola todo el día incluso semanas enteras cuando tenía que viajar a hacer negocios a otras ciudades, pero cómo podría permitirlo, necesitaba malestar y no podría perdonarla luego de ver eso, entonces vio la luz y su salvación en aquella situación. Terminó de abrir la puerta fuertemente y con un grito le dijo– ¡Andrea! ¿Cómo es posible que me hagas esto?-

De un brinco Andrea saltó de la cama y con ruegos y palabras ya sin sentido le rogaba que la perdonara pero que lo hacía porque se sentía muy sola últimamente y que aunque con él siempre todo era felicidad ella necesitaba alguien que la sometiera en ocasiones y que la hiciera sentir como una sucia perra arrastrada.  (Extraña lógica la de las mujeres.)

Discutieron y luego de muchos ruegos y argumentos ilógicos él empezaba a sentir esa maravillosa sensación de malestar que lo ponía triste e infeliz de nuevo, que le despertaba esas ganas de que soltaran a los reos más peligrosos de las cárceles para que asesinaran a esas personas miserables que no merecían vivir. Pero poco a poco ese odio y malestar desaparecía y se hacía tan tenue que ya casi no lo sentía, dándole espacio a su enfermedad y volviendo ésta  cada vez más fuerte, ¿pero cómo era posible luego de recibir y ver semejante cosa? Simplemente después de sentir tanta tristeza no podría más que sentirse raramente feliz.

Se sentía pleno y tranquilo al saber la verdad, es más, estaba tan feliz que decidió recoger sus cosas e irse, dejándoles la bolsa de verduras para que comieran algo después de su larga faena y despidiéndose con un simple –que les termine de rendir- . Se sentó en un bello parque donde corrían y jugaban los niños y donde el lago tenía el intenso azul que le recordaba a su madre, se puso a pensar qué quería hacer de ahora en adelante con su vida y luego de hacer maravillosos planes que lo esperanzaron, sintió tanta alegría, tanta esperanza y tanta felicidad que empezó a caer en un inmenso sueño que le cerraba los ojos suavemente y que lo sumieron en un profundo sueño, uno tan profundo que nunca más podría abandonar.  

2 comentarios: